Una humilde propuesta

 Hola, soy yo.

Últimamente, los últimos veinticinco años más o menos, la vida sindical de la casa no ha sido lo mío, francamente. Pero no era por mi culpa. La culpa era de los compañeros y sin embargo amigos (más que compañeros, quizá), que durante tanto tiempo, turnándose en una dichosa alternancia para dotarse del fondo de armario y frescura, dicho sea retóricamente, que garantizasen el progreso proletario, aunque sea de unos más que otros, lo han hecho tan bien que echar una mano resultaba inútil, y con razón.

Hubo momentos en que, en mi egoísmo, me vi tan acorralado por la buena marcha de las cosas que me preguntaba qué iba a ser de mí, dada mi inclinación a poner faltas a todo y ver el lado negativo de tantas cosas buenas como Dios nos ha permitido presenciar de manos, o mejor de boca de nuestros representantes, por ser este su aparato principal, y más si se liberan.

Pero nunca pensé llegar al extremo de tener que admitir las cotas de eficacia y bondad sindicales alcanzadas, y cualquier intento de “meter mojada”, con perdón por una expresión tan fuera de contexto, resultaba  tan sin sentido como querer mejorar el paraíso, haciendo cierta una vez más esa frase de que todo lo que puede ir a peor, lo hará.

Por eso cuando se me ocurrió lo que sigue, casi lloro, al sentirme de nuevo útil a la causa, por mi posible integración en esa galaxia de dicha y solidaridad sin fin, aunque sea entre unos pocos, sin duda en aras de la justicia y la igualdad, y poder al fin aportar algo desde abajo, mi granito de arena (que algún mala baba dirá del culo) a la implacable buena marcha sindical y su acumulado de resultados.

Sé que es una tontería, una sandez. Pero es lo que tiene trabajar en un campo prácticamente inmejorable. Que te obliga a retorcer las neuronas. Y es que, ¿qué hacer cuando todo está hecho –quiero decir aparte de reubicar a alguien/an por ahí–. Y te estrujas la cabeza. Algo podrá hacerse en la lucha, algo. Y tienes hasta delirios, fantasías, y lo flipas. Hasta que, de repente, ves la luz y, ¡eureka!, vas y lo encuentras.

¡Pero cómo no había caído antes! La respuesta a la pregunta de “¿qué podría añadir yo, aunque sea un adarme este disfrute interminable, cuando ya no hay nada que reivindicar, que negociar, pedir, exigir o recurrir, ahora que ya no se hacen ni cursos sindicales anti estrés, o de inglés para funcionarios?”, estaba ahí y no la veía: ¡Algo lúdico! y que a la vez sirva de divulgación de nuestros grandes logros.  Así fue como se me ocurrió lo de las visitas turísticas.

Tengo que confesar que mi idea, como todas, es un plagio. De la mili, para más señas. Y no es que sean los mismos mundos cerrados, de obediencia debida, silencio, subterfugio y ley del embudo, jerarquía, palo y zanahoria y ausencia de crítica –por innecesaria–. Pero es evidente que ambos funcionan sin una pega. Y lo mismo que aquel mostraba su excelencia a sus beneficiarios los soldados, con visitas guiadas a sus hitos más conseguidos: el castillo de penados, la panadería de intendencia, el cañón reliquia de la Iª Guerra Mundial…, nuestros síndicos, quizá por inconsciencia de sus logros, no hayan reparado en que ofertar unos recorridos parecidos por los lugares de los hechos donde el milagro ha ocurrido, a los que, como se sable, siempre se vuelve, podría ser el no va más.

Sería como unas jornadas (que no jornales, pues alguien podría aprovecharlas para ponerse algún nuevo complemento) de puertas abiertas, con las que se ayudaría a conocernos, aunque sea lo peor. Pero que siempre ayuda a comprender porqué se hacen las cosas. Y como el roce hace el cariño, paseando juntitos, aunque sin mariconadas, por los diferentes itinerarios de la hazaña, a lo mejor hasta nos reconciliábamos y todo.

Ya sé que pilla un poco a botepronto. Y que habría que habilitar nuevos liberados, e incluso especialistas (porque esto daría puntos, supongo). Pero ese escollo creo que es superable. También sé que es repentino y los pillaría in albis, porque yo no sé qué pasa, pero cuando te preguntan sobre lo bueno de alguien, es cuando no se te ocurre nada. Aunque cualquiera de la casa (yo mismo, por ejemplo) estaría dispuesto a elaborar un catálogo de todos sus hechos que figuran en el haber de estos apóstoles. De nada. Para eso estamos.

Hasta entonces, me permito proponer, interinamente, claro está, lo que podría ser un programa temático de actividades, una panoplia donde elegir, que es lo principal, que trata de aunar lo recreativo con lo formativo, como expresión máxima del ideal de servicio público:

1)     Paseo por el Quítate tú para ponerme yo. Con toma de apuntes, como se merece la útil práctica de remover, expulsar o arrumbar funcionarios (siempre de tan mal asiento) para colocar a otros de dudosa denominación de origen. Visitas in situ a oficinas probeta, con los sindicalistas como anfitriones. Debido a la duración del cursillo, se puede hacer por tandas.

2)     Visitas presenciales (tutorizadas, por supuesto) al mercadillo de intercambio de cromos de las diferentes mesas, comisiones y otros corrillos de bolsa o chalaneo de intereses laborales. Se podría obsequiar con un chupito en los mentideros permanentes para ponerse a caldo unos a otros, o calentamiento, antes de ponerse de acuerdo en lo principal: el mamoneo, como esencia de la sindicocracia.

3)     Cursillos (libre de derechos de examen) de trilerismo laboral, bajo el título ¿Dónde está el garbanzo? Ideal para conocer los rudimentos básicos de la movilidad, por derecho, torcida o transversal, funcionamiento de bolsas, listas, etc, con ejercicios de ocultación práctica, escapismo e incluso desaparición de plazas, puestos e incluso personas. Podría ser ilustrado con algún número tipo “Houdini, funcionario”, o algo así. Para dar más veracidad a esta actividad se aconseja admitir apuestas.

4)     El club de los sindicalistas muertos. Asistencia a alguno de los canjes de prisioneros habituales entre los brokers y ellos y sus superiores. Fundamental para el desarrollo y crecimiento personales, por lo clarificador, y esencial para conocer el Quién es quién de la casa. Se aconseja mascarilla.

5)     Intercambio de papeles, nivel básico, para interesados en desarrollar su faceta más histriónica, pudiendo admirar a sus máximas estrellas en su salsa diaria, haciendo de buenos, malos, radicales, conformistas, o mediopensionistas, según los papeles distribuidos de forma rotatoria, para hacer de todo, como en el Actor’s Studio y coger tablas (y lo que sea). No hace falta máscara. El curso incluye meditación trascendental.

6)     Las leyes por el forro. Un reality en el que nadie está en su sitio, manga por hombro, todo el mundo hace de algo que no es, y acaba siendo lo normal, por estar debidamente negociado y acordado. Elemental para el día a día.

7)     Visión de El conducto reglamentario, un documental en el que puede verse a un personaje difuso y ambiguo meterse por el canal posterior lo que parece una reivindicación o demanda debidamente registrada. Y además se ríe. O sea, que le da gusto. Por sus duras escenas, se advierte que puede herir la sensibilidad del espectador/a.

8)     La familia y uno más o Los panes y los peces. Breve turisteo de pasada y de visu, tipo safari fotográfico, por esta forma de creación de empleo made in sindicatos, que es el milagro de contratar más sustitutos de liberados y similares de los que hay, si es que alguien lleva la cuenta. Como entremés o tentempié quedaría bien. Para desengrasar.

9)     La infusión universal. No se trataría de tomar tisanas, sino de mostrar las habilidades, complejas y variadas que hacen (y no por ciencia infusa) de un sindicalista un todoterreno híbrido entre Gracita Morales y Ramón y Cajal (con j, no con g), a juzgar por todos los tribunales, jurados y otros entes de asesoramiento y decisión en los que actúan como expertos. El lema podría ser: Ves como podemos. La visita al taller de confección de temarios y su distribución puede ser heroica. Y la de asistencia a pruebas y puntuación, de antología. Inolvidable. Se daría un recordatorio, como las medallas de Sor Dolores, una estampita (como en el timo) o algo.

10) ­El corredor de la muerte. Juego virtual de muestra, para ilustrar lo que pasa a inadaptados, independientes, contestones, pasotas, o simples funcionarios que se creen de carrera dentro de un sistema serio. Si se ejecuta bien incluso puede hacer subir las afiliaciones. Y una de mazmorras nunca viene mal. Para que aprendan.

11) Como cara opuesta, puede proyectarse Crimen y castigo, La ley del silencio, Infierno de cobardes, o Cadena de favores, para hacer una didáctica de las conductas más demandadas a desarrollar. La asistencia no sería obligatoria, dado que las bolsas de arrojar, por la crisis, correrían por cuenta del cursillista.

12)  Excursión a lo Juan Palomo, que sería como un recreo entre tanta actividad, para relacionarse, hacer por vivir y liberar tensiones y el estrés acumulado por la labor, todos sueltos por ahí, a su aire, hale, en plan desahogado, por ejemplo haciendo el sindicalista o así.

13) Y finalmente, por terminar ya, que hay que irse a comer, se podría hacer un coro, naturalmente a base de karaoke, o koroke, y voluntario, para hacer todas las semanas un homenaje en algún monolito (o Manolito) que conmemore a los caídos por la Administración, y que se podría levantar en memoria de Publio Cornelio Nepote. Eso sube mucho la moral. (Lo de Cornelio huelga decir por quien va).

 Y sin nada más que añadir, de momento, como creo que se tomará buena nota de lo dicho, teniendo en cuenta los antecedentes obrantes, nada más y espero no tenerlo que volver a repetir.

Dios guarde a Uds. muchos años, y los demás lo veamos con los ojos en la mano,  como no puede ser de otro modo con tanto pájaro suelto.

                                                 Fdo.: Antonio Belmonte Henares,
                                                 maestro armero

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